miércoles, 19 de febrero de 2014

TORMENTA EN EL CANAL DE LA MANCHA I.


La tormenta de Normadía.
Crónica de un viaje desde Irlanda.
Marzo de 2013.

El día se presenta lluvioso y frío. 
Salimos a primera hora de la mañana. El coche está cargado hasta los topes, con apenas sitio para los tres ocupantes. 
Tomaremos la autopista de Dublín hasta el cruce de Tullamore. 
Al sur de la autopista dejamos el Burren, Co. Clare y la costa rocosa de los Cliffs. 
La primera parte del recorrido por la interminable autopista mojada es una sucesión de casas y granjas desvencijadas y, de vez en cuando, pequeños pueblos. 
Se ven campos abiertos.
Esta parte de Irlanda es llana, apenas algunas ondulaciones de terreno siempre verde. Pequeños ríos, tapias desbordantes de helechos, musgos y líquenes, ganado pastando y caminos embarrados. 
A partir del desvio de Tullamore la carretera se estrecha y se van sucediendo los pequeños pueblos del interior y las casas aisladas. 
Los árboles llegan ahora hasta el borde de la carretera. 
De vez en cuando alguna casa especialmente bonita, algún llamativo pub o algun cartel estridente llaman nuestra atención.
Lentamente, vamos acerándonos a Kilkenny, nuestra primera parada. 
Sigue lloviendo. No para.
Desde allí el paisaje será cada vez mas entrañable. Es una buena despedida del pais. 

Tras cuatro horas y media de viaje y unos 300 km. estamos acercándonos a la Costa del Canal.
Rosleare se encuentra en una franja de la costa baja y ventosa, entre playas y suaves colinas de arena.
Embarcaremos en el pequeño puerto. Sentimos la intensidad de un fuerte viento Oeste. 
Descendemos un breve trecho hasta llegar al aparcamiento y nos colocamos en la cola de embarque.
Los trabajadores están embozados en sus anoraks fosforescentes, con guantes y gorro. El viento no para y vienen rachas de agua cruzadas, hay prisa y no nos detenemos demasiado. 
Embarcamos. 

























Los coches son estacionados en la bodega superior en apretadas filas, abajo van asegurando las cajas de los grandes camiones, las furgonetas y algunas autocaravanas.
Desde el nivel 4 ascendemos por unas estrechas escaleras hasta los puentes superiores donde estan los camarotes, los bares y los restaurantes del Oscar Wilde.
Este es un gran barco de 30000 toneladas y 160 metros de eslora de la compañia Irish Ferryes. 
Con varias bodegas de carga para vehiculos y capacidad para unas 1500 personas, cubre habitualmente el trayecto entre Rosleare y Cherbourg en el Norte de Francia llevando turistas y mercancias, principalmente pescado y suministros, entre Irlanda y el continente.

Nosotros no tenemos camarote. Vamos a dormir en los asientos reservados del puente 10. 

Anochece, el viento silba fuertemente y nos ponemos en marcha. El capitan informa por megafonía que desafortunadamente hay fuertes vientos del Oeste y el viaje será movido.
Desde las ventanas en el puente 7 vemos como dejamos atras la costa irlandesa, ningún barco a la vista, las olas son amplias y no muy altas, el viento las barre.

























El movimiento no tarda en aparecer, no le damos importancia, nadie lo toma en consideración. En los pubs y restaurantes, los camioneros charlan despreocupadamente, beben. 
Poco a poco todo el mundo va desapareciendo, los camioneros acostumbrados a estas travesias invernales, finalmente van desfilando, vacilantes y tambaleandose, agarrados a los pasamanos. En el bar un camarero polaco recoge apresuradamente las botellas de los estantes, las copas, y los demas utensilios y los va guardando para evitar accidentes.
En un pasillo, sentados en el suelo comemos algo.
Nos vamos a dormir.
María se está mareando.

Los asientos se encuentran repartidos por varias habitaciones en la parte mas alta del barco, junto a la sala de cine. Dormir en estos asientos que apenas se reclinan y que tienen unos brazos fijos de aluminio es casi imposible, por ello llevamos los sacos para dormir en el suelo que afortunadamente es de moqueta mullida; ademas en la sala no hace frio.
Por los amplios ventanales, apartando las cortinas, se ven en primer plano los grandes botes salvavidas supendidos de sus amarres.

En la sala, sobre el suelo, nos vamos acomodando. Hay otras dos personas aparte de nosotros en la habitación, descansan o lo intentan sobre los asientos.
Yo me pego a la pared debajo del ventanal, coloco la chaqueta a modo de almohada e intento dormir. Las luces están apagadas y solo se ven las emergencias y las luces del exterior del barco a traves de los ventanales.
Maria y Phillipe se quedan en el pasillo delante de los asientos.

Despierto a media noche cuando el movimiento del barco se hace mas intenso, afuera el sonido del viento es ensordecedor. Las lonas que cubren los botes salvavidas vibran y la lluvia golpea en los cristales. María se ha levantado varias veces a vomitar. 
Me levanto y me voy a tumbar al centro de la sala, el ruido que se cuela por el ventanal no me deja dormir, de repente se cae una papelera, me levanto a recogerla. Se ha derramado una lata de cerveza por el suelo.
Nos despertaremos varias veces a lo largo de la noche. 
El barco oscila con el movimiento de las olas, cabeceando, cada 10 o 15 segundos golpea con un estruendo metálico en el agua y se estremece unos instantes cuando la proa se sumerge. 
Por el ventanal se ven luces a lo lejos, es la costa de Inglaterra.

Amanece, el viento aulla. 
Por los cristales corren las gotas de agua. Una cadencia ritmica, golpe, estremecimiento y nubes de espuma sobre el barco. A duras penas me puedo mantener en pie, cruzo el hall del puente 10, donde está el mostrador de los cines, no hay nadie. 
Afuera, el mar asusta hecho de amplias ondas crestadas que rompen con planchas espumosas. La luz es apagada, acerada, el viento es fortísimo.
La salida a la terraza superior está precintada pero el agua se cuela por debajo de la puerta.
El barco está desierto.





Los trabajadores de la limpieza van haciendo su ronda. Abajo en el puente 7, un guardia de seguridad avanza por los pasillos con paso largo. 
Poco a poco va apareciendo gente. Intentamos comer algo, tomar un café, llevarlo lo mejor posible. Nos queda el consuelo de que serán solo unas horas mas. 
Hay grupos de adolescentes franceses sentados en las escaleras enmoquetadas. Algunos están tumbados en el suelo con bolsas de papel agarradas entre las manos, sobre el pecho. Algunos se tapan la cara.
A las doce del mediodía, el capitan nos informa que desafortunadamente la tormenta nos ha retrasado, estamos pasando por las islas del canal y desembarcaremos en unas cuatro horas. La travesia está siendo dura y vamos despacio por seguridad y comodidad del pasaje.
Por la parte posterior del barco a resguardo del viento, se puede salir al exterior. Bajo una marquesina abrigada algunas personas han salido a fumar. Apoyados junto a la puerta observan el mar. Parece que el barco recorriera a contracorriente un gigantesco rio desbocado. Las olas se agolpan en la distancia, blancas, espumosas. Algunas crestas son enormes. El barco cabecea. El suelo esta completamente mojado y resbaladizo. Hay trozos de hielo, ventisca y cuando te aferras prudentemente a la borda para mirar abajo, el viento te succiona y cargado de gotas de agua te cala en un momento.
Una de las escaleras no está precintada y subo por ella hasta la terraza superior. Nada mas llegar arriba el viento me zarandea y me obliga a bajar empapado. 
Miramos al mar, asustados, hipnotizados.



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