viernes, 21 de febrero de 2014

TORMENTA EN EL CANAL DE LA MANCHA II.


No podemos ponernos en contacto con nuestras familias, los teléfonos no tienen cobertura e internet no funciona bien. Llegaremos mucho mas tarde de lo previsto y eso nos complica las cosas pues tenemos luego un largo viaje en coche. 
Comeremos algo de lo que llevamos en las mochilas. 
María permanece tumbada en el suelo, arriba en la sala de los asientos reservados. 
La tormenta no amaina pero el pasaje se va animando. En los amplios salones de la parte delantera del barco, la gente se sienta en grupos alrededor de las mesas. Hay bullicio y algunos miramos desde el ventanal panorámico de proa como las olas rompen e inundan la cubierta exterior. La extraordinaria fuerza de los golpes levanta nubes de espuma y agua hasta la parte superior del barco. El ventanal, chorreando, nos aisla del exterior como un gigantesco parabrisas bajo una lluvia descomunal. He conocido a un Paraguayo que viaja desde Irlanda hasta Madrid via Paris, cree que seguramente perdera el tren y luego el vuelo. Hablamos sentados mirando al exterior, inquietos y atentos a los mensajes de la megafonía.

Poco a poco, la luz va menguando. Ya son las seis de la tarde y debemos estar cerca del puerto. Habla el capitan y nos dice que un par de horas estaremos en tierra.
Llaman a los conductores de camiones y autobuses, y a los profesores de los adolescente franceses. Luego hacen un comunicado para todo el pasaje. Hay una gran tormenta de nieve en Cherbourg y no se puede salir de la ciudad. Recomiendan reservar alojamiento. Todos nos agolpamos en los mostradores y esperamos. Creo que la gente preferiría no bajar del barco en estas condiciones. Es de noche ya y será dificil encontrar algo para dormir. Hablamos entre nosotros e intentamos buscar algo fuera de Cherbourg. No hay nada disponible, está todo completo. 

Entramos al poco en la darsena del puerto, y el mar se calma. Nos acercamos al muelle, estamos casi parados durante unos instantes. Luego nos balanceamos de nuevo y vemos pasar las luces de un remolcador. Nos deben haber enganchado. El capitan reclama algún médico en el pasaje y no sabemos mas.
En las escaleras hablo con un camionero español y me dice que nos sacan del puerto.

Durante unos momentos el mar está en calma. 
Por suerte entre el pasaje había un par de médicos que atienden la llamada del capitan. Sospechamos que ha ocurrido algún accidente o alguien se encuentra indispuesto o enfermo.
El barco vuelve a cabecear, la tormenta no amaina. Estamos de nuevo en alta mar.
Cenamos y nos vamos al camarote. Allí nos informan que de momento es imposible atracar y que lo intentaremos a las 12 de la noche. 

El camarote es un pequeño habitáculo con cuatro literas y una mesa en el centro. No hay ventana, en su lugar hay una mala foto de un templo budista. Por un rincón se accede a un pequeño aseo con ducha.
Intentamos dormir. Hace frío.


Tumbados en la cama sentimos el movimiento del barco. Nos alejamos cabeceando contra el viento. Luego el Ferry se bambolea lateralmente mientras damos la vuelta, despues el barco sube y baja con oscilaciones largas de camino al puerto. La secuencia se repite a las 12,30 a las 3 de la mañana y a las 7 de la mañana.
Desde la litera, intentando malamente dormir, es imposible tener una idea clara de lo que está sucediendo. La noche se alarga. 

Nos levantamos cuando por el capitan informa de que las duras condiciones en el puerto han impedido el amarre del barco durante la noche.
Ha estado nevando toda la noche en Cherbourg y los trabajadores no han podido acceder al muelle. Esperaremos a que las maquinas quitanieves limpien un carril practicable.
Nos invitan a desayunar en uno de los restaurantes. Allí alguien dice que estamos saliendo en Sky News, han contactado con algún pasajero que habla en antena y tranquiliza a la audiencia, estamos bien. Nos enteramos por la televisión que la tormenta se extiende por el sur de Inglaterra, el Norte de Francia y afecta especialmente al canal y a la región de Normandía. Un camionero español nos cuenta que en Grand-Ville hay metro y medio de nieve y los conductores están atrapados en la autopista y las estaciones de servicio.
Nos informan de que intentaremos desembarcar a las 12,30 si los trabajadores logran acceder al muelle. Toda la noche ha estado nevando y las vias de comunicación de la ciudad están bloqueadas por la nieve. 
Poco a poco el contorno nevado de la ciudad se va dibujando en el horizonte, todo blanco, como si nos estuviesemos acercando a Noruega.

El mar está agitado pero es de un color gris azulado, nada que ver con el gris blancuzco de días pasados. Los trenes de olas son mas cortos y de menor altura, pero el viento es fuerte y hace vibrar la superficie del agua levantando microscopicas gotas.
Un alcatraz sobrevuela rasando la superficie del agua. A decir verdad, hasta en los momentos mas duros del temporal era posible ver a estas aves deslizarse a pocos metros del maremagnun de olas y espuma. 
Lenta pero decididamente nos acercamos a la bocana del puerto. En unos minutos nos llaman para comer y todo el pasaje se agolpa en las colas del restaurante. Miembros de la tripulación con aspecto cansado, intentan organizar a la gente que, despreocupada, presta poca atención.
El tiempo va pasando y el ambiente se va animando, todos hablamos, se ven caras sonrientes.
Nos anuncian que llegaremos a las 14,30.

Entramos al puerto y el cabeceo del barco cesa. Rápidamente llegamos al muelle, donde podemos ver gente a la espera, hay algunas ambulancias. Todo está nevado salvo el carril central de acceso. En el aparcamiento vemos decenas de camiones bloqueados por la nieve.
Infortunadamente, nos informa el capitan, debemos esperar unos minutos para abandonar el barco pues los sistemas de seguridad del portón de acceso se han bloqueado a causa del temporal.
Los trabajadores del puerto limpian con palas los peldaños de una escalera metálica mediante la que se accede a la puerta de emergencia y en unos minutos sacan a un hombre en camilla.
La puerta sigue bloqueada y deciden llamar a un equipo de ingenieros. Estaremos atrapados cinco horas mas. 




miércoles, 19 de febrero de 2014

TORMENTA EN EL CANAL DE LA MANCHA I.


La tormenta de Normadía.
Crónica de un viaje desde Irlanda.
Marzo de 2013.

El día se presenta lluvioso y frío. 
Salimos a primera hora de la mañana. El coche está cargado hasta los topes, con apenas sitio para los tres ocupantes. 
Tomaremos la autopista de Dublín hasta el cruce de Tullamore. 
Al sur de la autopista dejamos el Burren, Co. Clare y la costa rocosa de los Cliffs. 
La primera parte del recorrido por la interminable autopista mojada es una sucesión de casas y granjas desvencijadas y, de vez en cuando, pequeños pueblos. 
Se ven campos abiertos.
Esta parte de Irlanda es llana, apenas algunas ondulaciones de terreno siempre verde. Pequeños ríos, tapias desbordantes de helechos, musgos y líquenes, ganado pastando y caminos embarrados. 
A partir del desvio de Tullamore la carretera se estrecha y se van sucediendo los pequeños pueblos del interior y las casas aisladas. 
Los árboles llegan ahora hasta el borde de la carretera. 
De vez en cuando alguna casa especialmente bonita, algún llamativo pub o algun cartel estridente llaman nuestra atención.
Lentamente, vamos acerándonos a Kilkenny, nuestra primera parada. 
Sigue lloviendo. No para.
Desde allí el paisaje será cada vez mas entrañable. Es una buena despedida del pais. 

Tras cuatro horas y media de viaje y unos 300 km. estamos acercándonos a la Costa del Canal.
Rosleare se encuentra en una franja de la costa baja y ventosa, entre playas y suaves colinas de arena.
Embarcaremos en el pequeño puerto. Sentimos la intensidad de un fuerte viento Oeste. 
Descendemos un breve trecho hasta llegar al aparcamiento y nos colocamos en la cola de embarque.
Los trabajadores están embozados en sus anoraks fosforescentes, con guantes y gorro. El viento no para y vienen rachas de agua cruzadas, hay prisa y no nos detenemos demasiado. 
Embarcamos. 

























Los coches son estacionados en la bodega superior en apretadas filas, abajo van asegurando las cajas de los grandes camiones, las furgonetas y algunas autocaravanas.
Desde el nivel 4 ascendemos por unas estrechas escaleras hasta los puentes superiores donde estan los camarotes, los bares y los restaurantes del Oscar Wilde.
Este es un gran barco de 30000 toneladas y 160 metros de eslora de la compañia Irish Ferryes. 
Con varias bodegas de carga para vehiculos y capacidad para unas 1500 personas, cubre habitualmente el trayecto entre Rosleare y Cherbourg en el Norte de Francia llevando turistas y mercancias, principalmente pescado y suministros, entre Irlanda y el continente.

Nosotros no tenemos camarote. Vamos a dormir en los asientos reservados del puente 10. 

Anochece, el viento silba fuertemente y nos ponemos en marcha. El capitan informa por megafonía que desafortunadamente hay fuertes vientos del Oeste y el viaje será movido.
Desde las ventanas en el puente 7 vemos como dejamos atras la costa irlandesa, ningún barco a la vista, las olas son amplias y no muy altas, el viento las barre.

























El movimiento no tarda en aparecer, no le damos importancia, nadie lo toma en consideración. En los pubs y restaurantes, los camioneros charlan despreocupadamente, beben. 
Poco a poco todo el mundo va desapareciendo, los camioneros acostumbrados a estas travesias invernales, finalmente van desfilando, vacilantes y tambaleandose, agarrados a los pasamanos. En el bar un camarero polaco recoge apresuradamente las botellas de los estantes, las copas, y los demas utensilios y los va guardando para evitar accidentes.
En un pasillo, sentados en el suelo comemos algo.
Nos vamos a dormir.
María se está mareando.

Los asientos se encuentran repartidos por varias habitaciones en la parte mas alta del barco, junto a la sala de cine. Dormir en estos asientos que apenas se reclinan y que tienen unos brazos fijos de aluminio es casi imposible, por ello llevamos los sacos para dormir en el suelo que afortunadamente es de moqueta mullida; ademas en la sala no hace frio.
Por los amplios ventanales, apartando las cortinas, se ven en primer plano los grandes botes salvavidas supendidos de sus amarres.

En la sala, sobre el suelo, nos vamos acomodando. Hay otras dos personas aparte de nosotros en la habitación, descansan o lo intentan sobre los asientos.
Yo me pego a la pared debajo del ventanal, coloco la chaqueta a modo de almohada e intento dormir. Las luces están apagadas y solo se ven las emergencias y las luces del exterior del barco a traves de los ventanales.
Maria y Phillipe se quedan en el pasillo delante de los asientos.

Despierto a media noche cuando el movimiento del barco se hace mas intenso, afuera el sonido del viento es ensordecedor. Las lonas que cubren los botes salvavidas vibran y la lluvia golpea en los cristales. María se ha levantado varias veces a vomitar. 
Me levanto y me voy a tumbar al centro de la sala, el ruido que se cuela por el ventanal no me deja dormir, de repente se cae una papelera, me levanto a recogerla. Se ha derramado una lata de cerveza por el suelo.
Nos despertaremos varias veces a lo largo de la noche. 
El barco oscila con el movimiento de las olas, cabeceando, cada 10 o 15 segundos golpea con un estruendo metálico en el agua y se estremece unos instantes cuando la proa se sumerge. 
Por el ventanal se ven luces a lo lejos, es la costa de Inglaterra.

Amanece, el viento aulla. 
Por los cristales corren las gotas de agua. Una cadencia ritmica, golpe, estremecimiento y nubes de espuma sobre el barco. A duras penas me puedo mantener en pie, cruzo el hall del puente 10, donde está el mostrador de los cines, no hay nadie. 
Afuera, el mar asusta hecho de amplias ondas crestadas que rompen con planchas espumosas. La luz es apagada, acerada, el viento es fortísimo.
La salida a la terraza superior está precintada pero el agua se cuela por debajo de la puerta.
El barco está desierto.





Los trabajadores de la limpieza van haciendo su ronda. Abajo en el puente 7, un guardia de seguridad avanza por los pasillos con paso largo. 
Poco a poco va apareciendo gente. Intentamos comer algo, tomar un café, llevarlo lo mejor posible. Nos queda el consuelo de que serán solo unas horas mas. 
Hay grupos de adolescentes franceses sentados en las escaleras enmoquetadas. Algunos están tumbados en el suelo con bolsas de papel agarradas entre las manos, sobre el pecho. Algunos se tapan la cara.
A las doce del mediodía, el capitan nos informa que desafortunadamente la tormenta nos ha retrasado, estamos pasando por las islas del canal y desembarcaremos en unas cuatro horas. La travesia está siendo dura y vamos despacio por seguridad y comodidad del pasaje.
Por la parte posterior del barco a resguardo del viento, se puede salir al exterior. Bajo una marquesina abrigada algunas personas han salido a fumar. Apoyados junto a la puerta observan el mar. Parece que el barco recorriera a contracorriente un gigantesco rio desbocado. Las olas se agolpan en la distancia, blancas, espumosas. Algunas crestas son enormes. El barco cabecea. El suelo esta completamente mojado y resbaladizo. Hay trozos de hielo, ventisca y cuando te aferras prudentemente a la borda para mirar abajo, el viento te succiona y cargado de gotas de agua te cala en un momento.
Una de las escaleras no está precintada y subo por ella hasta la terraza superior. Nada mas llegar arriba el viento me zarandea y me obliga a bajar empapado. 
Miramos al mar, asustados, hipnotizados.